sábado, 16 de abril de 2011

Geografías divididas

Nadé en el golfo de tu frente, escalé las cumbres de tus pechos henchidos, y saboree el placer imponderable que en surtidor sus cúspides vertían a mi conexo beso, nutrido, por los ríos suculentos de tu caudalosa virtud. Alcancé tierra firme, prendado al sinuoso declive bajo tu cintura. Me importunaba el vértigo cuando, viré impedido -y suspenso-  en la llanura líquida de tu recluso vientre de clima ecuatorial. Los luceros en éxtasis de tus convulsos ojos orientaron mis pasos por los relieves cóncavos del sur de tu cuerpo. Llovían lágrimas copiosas de quejido a espasmo, y al divisar un vértice por entre las malezas, me refugié en la gruta cavernosa de tus piernas marmóreas, donde, un génesis denso y mítico sació mi ansia con maternal dulzura.  Allí pude, al fin, olvidar antes quien era, para nacer de ti,  con la erupción secreta de tu súbita carne, forcejeando gimiente y complacido,  para salvar fronteras hacia un sitio precario, custodiado, no obstante, por el hábil galeno que sujetaba el fórceps,  y el sol exhausto y puro de tu afable sonrisa. 

                                                                                     J.J.A.Z

CONTEMPORANEIDAD

Cuentan que al laureado poeta de la Nueva España don Juan de Torres y Subiza, Marqués de la Villa de Atzahuayo, y fiel devoto de la Santa Túnica, le fue concedido, en su lecho de muerte, conocer un verso memorable de cada uno de los siete siglos venideros.
¡La fiebre arreciaba!… levantó la cabeza hacia las vigas y ante el relampaguear glorioso del instante, leyó impaciente entre celajes que nublaban su vista:

(Siglo XVI: “: “Resuelta en polvo ya, más siempre hermosa”)

(Siglo XVII: “Detente, sombra de mi bien esquivo”…)

(Siglo XVIII: “Esta corona, adorno de mi frente, esta sonante lira y flautas de oro”…)
Llegado a este punto se extasió en febril ausencia…
(Siglo XIX: “¿Qué signo haces, oh cisne, con tu encorvado cuello?”…) 

La duda en tan flamante verso comenzó a turbar su rostro:

(Siglo XX:“Hay espejos que debieran haber llorado de vergüenza y espanto”…) 



Cambió el talante, y, al ver:

(Siglo XXI:“Joder a cuatro patas, hasta sentir el culo de la noche y romper a palos el espíritu de Dios”) 



fue arrugando su tez cual si embutiera, de golpe, algún confite emponzoñado.

(Sig. XXII:“Excrementación silábica, ansia coprófila y bendita que intrincáis mi grupa”) 


Anonadado por los dos últimos versos... retorció la conciencia su degüello de olvido. Por once noches y once días gravitó su alma el callejón de la Condesa. El otrora poeta, -cuenta un Oidor de vuestra Real Audiencia-, salvó de milagro el pellejo, y cabizbajo, en su rictus la demencia le dejó venir indiferente al mundo por dos años más en el mesón de Castilla, donde murió una tarde, impávido y tieso, afín a los agriados labios que lo ataviaran burdos, temblorosos…



J.J.A.Z

Caligrafía popular

En la parte trasera del contenedor de un trailer “parqueado”, al parecer, desde hacía tiempo, en una colonia marginada de la ciudad, una pomposa placa ilustraba la clásica chica curvilínea con el siguiente rótulo:

“Para el bino y las mujeres
Travajamos los choferes”

Un día de tantos, se hizo patente la réplica con enjundiosa caligrafía de notoria legibilidad:

“¡No seas güey…
travajas pa´ tu patrón!”


                                                    J.J.A.Z

Lío letal

La línea litoral labraba las lisas lomas. Lejos, límpidos lirios languidecían la lama, luces líquidas lindaban lindas lozanías. Las lujosas lanchas lustraban los lugares.
  
Lilia loaba lágrimas. La lesbiana Lucrecia le latía lejanamente, (Lucio López la lamía lujurioso, le levaba lascivias, lontananzas…) ¡Lástima!,  le latigueaba la Lucrecia:  lazos lúdicos las liaban locas… legislaban laudables ligazones, locuaces libertades…
¿Lo loco?: la Lucrecia le ladeaba las lacias lapas, las leves lencerías; ladina, le licuaba los lumbares labios, lubricándoselos;  laborando largamente lerda… lácteos legados linguales le libaban la legión lúmica, levemente lampiña. 
       
Lucio, lastimoso lacayo, lustrabotas; limaba límites. Licitudes libidinosas “le levantaban la liana larga”, (¡lamentablemente laxa!), libertando la lava, los léperos letargos lacrimosos… Los legítimos “líos” lúbricos le legaban lata. Luego, Lilia, ¡…lentamente, le lanzó la lastima!

Lucio, leal lunático, lagañoso, lazaba laberínticos lamentos, lo lituano, lo lebrón, le lucía: ¡la linchó!, lanzándole letal ladrillo… Luisa, levitaba lejos, lodosa; los lados luxados…

¡López lo lamentó!  …la latente lápida, ¡lastimera!, legaba luto, laicos laureles.

Las leyes litigaban laudo: lapso largo, local lóbrego (¡lección lógica!).

Lucio, listo, lárgase lejos, ¡libre!...

¡lástima!, lo localizan…  ¡logra luchar!, lo lastiman leños…

la ley lo limita:  lo liquida la lumbre... 

locuazmente lacerado,

luce lúgubre 


letargo.


J.J.A.Z