miércoles, 3 de agosto de 2011



TESTAMENTUM

Recorrí las polvorientas tumbas del panteón de Lutremo, pero justo en la verja oeste, a los pies de un montículo de tierra con la cruz retorcida, yacía un envoltorio de plásticos deteriorados.
–Puedes quedártelo.  –Profirió el guardián del camposanto–  A pesar de los cientos de dolientes que visitan las criptas y sepulcros, jamás nadie ha osado tomar el paquete de quien muriera inexplicablemente, hace más de 25 años.
Decidí guardarlo recelosamente en un rincón del ático. Allí permaneció dos décadas de dudas, temores y supersticiones, hasta un día como hoy…
Al entreabrirlo, la letra script martillaba las hojas de un manuscrito semi gótico, apenas legible. La negra cubierta de un abultado tomo se partía, sin autor, efigies ni título. En la entretapa, una deslustrada misiva de áureas letras, roídas por el moho, sentenciaba:
“Prisionero de ti, ente de asfalto, sicario de un futuro decrépito… cómo osaste instigar de la muerte mis memorias bélicas, sin otra lógica que tu intrusión de fisgo. ¡Puta la vida que asintió divulgar este misterio que se cierne a tus ósculos de vil gusano! Pagará malditas culpas tu osamenta en un voraz mausoleo, relegado del mundo, por la inclemente boga de esta retórica jamás urdida”.   (Marq. de R.T.  XII-26-1687).

Desde que entregué el manuscrito a mi editor de Papúa, no convenimos el precio por el plagio. Él me ofrece, de entrada, diez millones de rupias por ceder los derechos.
(Lástima que ayer, –escrito en mano– le encontraran en su bungalow,   …sin vida).

                                                                                                         
                                                                                                                J. J.A.Z.